miércoles, julio 25, 2012

Notas de Esfiria II: Las espadas.



En Esfiria, no tener una espada es no tener voz, opinión, verdad personal. Apenas se forma en la cabeza del niño una manera individual de ver el mundo, en su mano se va formando el mango y el filo, como de la nada, parece, pero de la misma sangre, se sabe. Durante el crecimiento, la adolesencia es agarrar un martillo y golpear la espada, en el calor de las pasiones, para darle más forma, más filo, y más individualidad. 

Varían las espadas según el habitante y la zona que habita: la gente de fuego tiene espadas de formas muy variadas, pero desordenadas y de filos serruchados; la gente de agua son de espada fina, semi translúcida, sinuosas y mentirosas: son la gente de los secretos; la gente de aire tiene espadas oscuras o transparentes, a veces invisibles, a veces ajenas, a veces muy elaboradas producto de tanto libro y conversación; la gente de tierra tiene espadas toscas y duras, pero sencillas y de difiícil discusión: un martillo puede ser una verdad de alguien en este pueblo. 

Además de esto, la posición en el norte y el sur afectan mucho. Mientras más cerca del norte, y por lo tanto, más cerca de la luz, las espadas son más parecidas unas a otras. Todos saben que la gente del norte tiende a convencer y promover la homogeneidad entre las verdades. En cambio en el sur, donde siempre es de noche, las espadas varían mucho: la individualidad es aplaudida. 

De la forma de usar la espada, si es que se usa, hay tanto reportado como guerrero, o debatiente, ha existido. Todos recuerdan épicas como la primera entrada de la gente de mar contra los habitantes de la montaña. En tal choque, se encontraron un hijo del aire y otro de la tierra. Sus espadas temblaban de ganas de destajar, pero no responderían a nada sino a las palabras de sus dueños, por supuesto. Se cuenta que el hijo del aire, como todos los tales, desarrolló una serie de movimientos estranbóticos y elaborados, argumentos exagerados y enrevesados del porqué el hijo de la tierra debía dejarlo pasar. Este no se impresionó, como era de esperarse. Su espada, un garrote sencillo y de gran tamaño, se llenó de su voz: "No entiendo lo que dices, y no me importa. No te dejaré pasar, porque no quiero". Con eso, reventó en la cabeza del aún en movimiento hijo del aire, el cual no alcanzó a siquiera rasguñar al tosco garrote. 

En cuanto a los pueblos y sus espadas comunales, cuando van a guerra y tienen una razón por la que ir, la forjan entre todos, y todos dan un martillazo. Ha pasado que no todos aportan el golpe, que no todos están de acuerdo con esa razón o espada forjada, pero de estos siempre se ha sabido que sale al menos algún traidor, por lo que la atención y a veces el desperecio cae sobre ellos mucho antes de encontrar prueba alguna. 



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