miércoles, junio 25, 2008

Sobre el verdor del bosque y la madera noruega.







Cuando terminé la novela perdí el aliento. Estuve un rato ahí, suspendido en la nada, hasta que las cosas de mi cuarto se fueron re dibujando; el mundo fue reapareciendo. Primero el libro en mis manos, ahora cerrado, cenizas; luego el sillón en donde estoy sentado, la computadora con su brillo estridente, el equipo de sonido, mis estantes, peinadora, cama, pequeño televisor en la mesita de noche, armario, paredes, cosas colgadas en las paredes, puertas, espejos y, finalmente, un techo bonito. He revivido sin aliento luego de salir del universo en donde me sumergí cuando leí Tokio Blues Norwegian Wood.

Cuando esta novela llegó a mí, gracias a un préstamo muy amable, pensé que su título refería a cualquier cosa menos a una canción de Los Beatles. Es luego de entrar en los aparejos del tiempo y memoria que cuidadosamente Murakami ha montado que empiezas a escuchar una lejana voz, una lejana guitarra, un místico sitar de una melodía perdida. Una vez empiezas a escuchar la melodía, no dejas de escucharla hasta que acaba la novela. Parece el canto hipnótico con el que Murakami atrapa a sus lectores.

La verdad es que la melodía poco tiene que ver con la magia que posee este libro. La verdadera magia está en tres elementos fundamentales.

1) El tejido: Murakami maravillosamente ha entretejido las situaciones de los personajes que nos presenta, con una gama enorme de elementos culturales y que, por razones de brevedad, no voy a enumerar aquí. Lo cierto es que esta obra, a pesar de ser una novela nipona, se entreteje con distintas obras del mundo de la literatura, de la cultura clásica y de la cultura pop de finales de los 60. Entre referencias de libros occidentales leídos y vividos por Tôru Watanabe, el personaje principal; escenas ambientadas por reconocidas y no reconocidas canciones de los Beatles, Bill Evans, entre otros; y la situaciones vividas por un Japón de la post guerra que se abre, a paso tembloroso y violento a la vez, al mundo exterior y occidental, con sus revoluciones rojas y multicolores. Es una obra deliciosa para aquél que se interese en hacer comparaciones y encontrar relaciones entre las literaturas del occidente y oriente.

2) El tiempo y la memoria: si bien en Murakami puede ser un efecto ya repetido, que seguramente en otras novelas se ha visto mejor trabajado; es un elemento muy pulido en esta específica obra del autor. Tal como un músico, juega con los silencios del tiempo, así como con sus estridencias y sus suaves melodías. Bien puede acelerar el tiempo y detenerlo, para retrocederlo y de golpe aparecer en otro momento temporal. A una primera vista uno puede intuir que esto lo hace gracias a que, durante toda la novela, uno tiene la verdadera sensación de haberse sumergido en la memoria del personaje, y de estar visitando las estepas en donde los otros personajes, bellamente delimitados, quedaron grabados por siempre en él. Así, Murakami se da el lujo de llevarte por la memoria de Watanabe a gusto propio.

3) Los personajes: Tienen vida. Y si bien es cierto que todos los personajes de una buena novela tienen vida, realmente a estos puedes tocarlos, sentirlos, amarlos. Esto Murakami lo logra sin caer en la desgracia de la anécdota: sus personajes no interesan sólo por lo que les sucede, sino por lo que representan, por su multiplicidad de sentidos y de reinterpretaciones. Cual verdadera esencia budista, los personajes reviven en sí mismos o, en los casos más maravillosos, reviven en otros. Al percatarme de esto pude imaginarme a Murakami tomando a sus personajes entre sus manos, entrecerrándolas como protegiendo a un pajarito herido y soplando el hálito de vida, siendo él en cada uno de sus personajes; para luego dejarlos ser en el papel, con una caricia.

En algunas críticas he leído que esta novela ha parecido aburrida, o fría para algunos lectores. A estos aventureros predispuestos les invito a abrir sus corazones a una cultura ajena. Puesto que la genialidad de Murakami reside en que, a pesar de la frialdad característica de los personajes influenciados por una realidad cultural evidente, logra plasmar en ellos sentimientos puros, reales, cercanos, vivos.

Una curiosidad que debo comentar acerca de esta novela, y de su notoria evidencia de contacto intercultural e interlingüístico, es el caso de la palabra Wood. Tanto en el Japonés como para el inglés, la palabra Mori y Wood, respectivamente en cada lengua, es el equivalente para dos palabras del español. Estas son Madera y Bosque. Es decir que tanto Mori en el japonés, como Wood en el inglés, puede referirse de igual manera a madera y a bosque en el español. ¿Cómo saber a cuál se refiere? Generalmente el contexto nos saca de duda. Sin embargo, en el caso de esta novela, ¿A qué se refiere Murakami? Aunque posiblemente me esté perdiendo en un detalle de la traducción, por no manejar la lengua japonesa, intuyo que en el desarrollo de la novela podremos darnos cuenta de que se refiere a los dos. Es tanto la madera del incendio que inicia el desenvolvimiento de las cenizas, como el bosque de verdor donde se puede perder el ser entre las cavilaciones existenciales. Ahora bien, esto lo entenderá mejor aquél que se atreva a adentrarse en la obra.

Recomiendo completamente esta novela, quizá la mejor como iniciación a este escritor, que abre un puente transitable, sin altos gastos de aduana, para conectar estos mundos que dicen no entenderse. Es una novela que afirma que, tanto aquí como en el Japón, todos somos humanos. Queremos estar vivos. Queremos sentir, and all that jazz.

Carlos J. Díaz
Kaze


El primer capítulo lo pueden conseguir en éste blog: Entre Shandys y Bartlebys

sábado, junio 14, 2008

Porque sí

Un pajarito blanco y negro que me dice.
Un pajarito
Chiquito
Bonito.
Se fue volando.

No soy dos ni uno. Soy simplemente.
Y no puedo ser más
No quiero ser más
Mar
De olas.

Mascando fotos blanco y negro.
Siempre queda el negro.
No me entiendas,
Entender
Comprender
Yo tampoco lo hago.

Perdón, mi pajarito.
Poco ecológico yo,
El protocolo de Kyoto viene a arrestarme
Con samuráis
Y katanas
Vanas:
Quiero que sigas comiendo mi alpiste artificial.