sábado, julio 21, 2012

Brawl

Mi joven pero gastado cuerpo...

Aún recuerda todo, a pesar de la cantidad de basura que lo compone. Somos lo que comemos dicen, entonces mi pobre cuerpo no es ahora más que aceite saturado.

Saturado, mi joven, pero gastado cuerpo, que aún recuerda.



Tampoco fue como lo cuentan, pues. No es que entré al concierto de Candy 66 y ya, era quien yo era. Fue más bien un proceso de adaptación o limpieza de organismo. Las baterías y los bajos, los beats y los gritos, las llamadas de la olla.

Me hice el pacífico. El muchacho de 27 años que ya pasó por estas tonterías. Mi joven pero gastado cuerpo, gordo y maltratado, cerraba los puños cerca de la olla mientras veía la alegre fiesta de golpes y patadas.

Hombres grandes, de músculos entrenados y humores exacerbados por la música estridente rodaban en la olla de violencia consentida, pero mi joven y gastado cuerpo.

- ¿Por qué no te metes? - Me decían.

- Nah, ya yo hice esas cosas. Si me meto ahí me matan, con esta condición... - señalo mi barriga, pero mi otra mano se empuñaba sola.

Bastó un empujón.

Para mi joven pero llevado cuerpo, un solo empujón bastó.

Fiesta de golpes.

No recordaba haber sonreído tanto.

Cuerpos bailaban, brazos rodaban circulares, movimientos pendulares, ganchos como hoces, patadas desordenadas. Entré al fuego, y mi gastado cuerpo no lo pareció tanto.

Lo recordé todo: bajar la cabeza, esconder el mentón entre el hombro y el puño preparado para los rectos, las piernas ligeramente separadas y la de apoyo con el talón un poco levantado para el efecto resorte, cadera lista para los giros violentos.

Tardé en elegir a uno. Golpes venían de todas partes por lo que mi cuerpo se dedicó a lo que sabe hacer mejor, esquivar, elegir golpes para recibir, embestir y alejar amenazas. Recordaba bien.

Entonces apareció. Un hombre grande, franela de grupo que no conocía, pelo largo y barba. Me señaló, y mis puños sonrieron: por un momento él no era él, sino tu siguiente.

Revienta.

Sus movimientos desordenados lograron acertar incontables golpes en la furia del rock, pero no fueron golpes que mi cuerpo no eligiera. Mi abdomen, cubierto de grasas, resistió bien. Las piernas, entrenadas por 5 años, resistieron bien. Mi cara no eligió golpe alguno, y no se llevó ninguno. Esperé al puño más desordenado que viera. Un gancho, por supuesto. Desordenado y muy anticipado. Le ofrecí el rostro, y hasta estuve tentado a dejarme golpear solo por ver qué tanto resistía. Agaché, y mi gastado cuerpo no lo parecía tanto: jab y recto agachado, avance y upper a la boca del estómago, subo y gancho corto a la cara. Su cara volteada me sirvió para descansar el puño luego del recto con toda la distancia necesaria.

Revienta.

Cae.

Me mira, sorprendido.

Yo sonrío, y él sonríe.

Me rompen algo en la parte de atrás de la cabeza. Le veo la cara a mi oponente elegido y él no se ve contento.

Ja, ya no es mi oponente, ni tampoco tu siguiente.

Durante los 2 minutos que restaron de la canción nos dedicamos a cubrirnos las espaldas y reventarle la madre a los divertidos cuerpitos flacos de los amantes del rock.

Al final, abrazados, cantamos el revienta de la canción.

Mi joven y gastado cuerpo fue el furioso duilfo por una noche, y me voy a casa con moretones y paz.

- Tha fuck!? ¿Cómo que te peleaste?

- Je, deberías al otro. No, espera. A los otros. 

La siguiente mañana, decidí volver a entrenar.




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