viernes, febrero 27, 2009

Uno cortito.




Indecisión:

Cuando finalmente decidió que valía la pena dar la vida por ella, era demasiado tarde.

Carlos J. Díaz
*Kaze

miércoles, febrero 25, 2009

Dos cosas curiosas en el curioso caso de Benjamin Button




Una vez que ya lo sabes, que no van a explicarte la razón por la cual Button, en vez de envejecer, se hace más joven; lo aceptas, y empiezas a beberte la historia, sin más, tragando, si hay garganta, lo símbolos que abundan en la película.

A mí, en lo personal, me han impactado varios. Se han hecho su camino hasta el estómago de mi alma y han revuelto viejas sensaciones que necesitaban ser revueltas. Mas sólo hablaré de dos:

1) La muerte: Para algunos resultará más que obvio. La muerte es "un visitante común" en Benjamin Button, pero no debe dejarse en la simpleza de: la muerte va y visita a los distintos personajes de la historia. También está en todo el hilo narrativo de la película. La trama está constantemente muriendo, y esto dejó en mí una presencia de la muerte, una sensación de perdida tal, que sentí que algo de mí murió con la película. Y no hubo colibrí que salve.

2) El tiempo: Una hermosa metáfora pude hallar. Benjamin no estaba yendo en reversa al tiempo, de hecho estaba yendo en el sentido correcto. ¿Acaso no es lo viejo lo que precede a lo nuevo? Se me hizo muy evidente en la manera de vestir, y la manera de ser, además de los colores y actitudes que presentaba el personaje de Benjamin a medida que iba "Enjuveneciendo". A diferencia del resto de nosotros, Benjamin iba junto al paso natural del tiempo, el cual no envejece, sino que se renueva, constantemente. En ese sentido, irónicamente, nunca estuvo fuera de moda.

El renovarse: La clave para ser eterno, el ala del colibrí.

Las otras cosas que vi las guardo en una cajita. Son ese tipo de cosas que, mostradas, arruinan su belleza. Hay flores que sólo deben ser vistas a la luz de la luna.


Nota: Hay que leer a Fitzgerald, el creador del relato original.

jueves, febrero 19, 2009

Gris


Fotografía: Alanclimb

Bosque que crece en el agua.
Agua serena,
agua calma.

Cuando despierto no hay reloj, ni nada que indique la hora. La luz que entra por mi ventana me dice que es de mañana, seguramente cerca del medio día. Digamos, las 10 con 57 minutos. Veo el celular, son las 10 con 54.

Entonces me levanto y rompo el espejo. Un solo golpe seco y los vidrios, ahora estrellas, hacen un concierto irregular.

Vivo sola, así que no me preocupa lo que puedan pensar los demás. De todas formas, están fuera de la casa, y nadie puede verdaderamente entrar en mi casa.

Alguna vez quise que entraran en mi casa. Abría la puerta de par en par como el corazón de una virgen de 15 años, pero las dejé de abrir a la séptima vez que me robaron todo lo que había en la casa. Supe que las cosas estaban mal – realmente mal- una vez que me había acostumbrado a la idea de reequipar mi casa, una y otra vez. Hasta se me hacía atractiva la idea de ir de compras, este mueble marrón, esta cortina roja; esta alfombra seguro se sentirá bien bajo mis pies. Sí, cerca de la quinta o la sexta restauración, más o menos, empecé a cerrar la puerta.

Ya terminé de vestirme. Frente a mí se levanta un lienzo vacío. Siempre ha estado ahí, es el lienzo de mi cuarto.

Me siento a contemplar el lienzo, recuerdo al muchacho. Hace dos años conocí a un muchacho. Era mitad hombre, mitad imaginación mía. Con el tiempo se volvió mitad hombre, mitad repetición de lo que ya yo había vivido. Cuando me di cuenta de esto metí mis manos en sus bolsillos y saqué un relojito plateado que lo hacía, a él, mitad algo. Desde entonces es sólo un hombre, y también se fue de mi casa.

Sonrío, esta vez fui yo la que robé.

Ya estoy manejando hacia la universidad. Cinturón bien puesto, reproductor sonando (a duras penas), el desastre usual de cosas que se quedan en mi auto, la camisa de un amigo, retrovisor. Por el retrovisor lo noto. El lienzo está en el asiento trasero de mi camionetita. Yo no lo puse ahí, nadie lo hizo. Miro mi mano sangrante, miro al lienzo. No, definitivamente no fui yo. Entonces ¿quién pudo haber sido?

A este punto no importa. Ya me estoy estacionando. Camino, los veo. Ellos me hacen, me construyen, me llenan. Es que siempre he estado sola, de alguna manera u otra. Pero ahora están ellos, los que me dan libre permiso de ser yo y hablar de cualquier cosa. Cualquier cosa.

Cualquier cosa.

Pero no entran en mi casa.

Después de un rato de gozar de interacción social, lo noto. Ahí está el lienzo. Parado frente a nosotros. Sin embargo, parezco ser la única que lo nota. Me levanté y me acerqué a la misteriosa tela, ahora montada en su caballete, pero ni así mis amigos pudieron ver el lienzo. Es más, parecía que mientras más me acercaba a él, también a mí me iban dejando de ver.

Me alejé del lienzo, y de mis amigos. Me monté en el carro y me fui a mi casa. Debo estar en mi casa.

Debo estar ahí.

Llego a mi casa, abro la puerta. Sobresalto: Mi casa está llena.

Todas las personas que alguna vez he conocido están ahí. Todas. Incluso él, y cuando lo veo, empieza a arder el reloj en mi bolsillo. Me está quemando. Y el lienzo, ahí, en el centro.

Entonces hice lo único posible, lo más inteligente, lo más racional. Intenté eliminar mis dos problemas. Lancé el reloj hacia el lienzo, con toda mi fuerza.

Pero el lienzo se lo tragó.

Ahora en su tela blanca aparecía la imagen de un reloj ardiente, todo descolorido, añejado, podrido. El tiempo empezaba a oler mal.

Me arrodillé, la imagen cobra vida.

El reloj empieza a tic tac y la pintura se empieza a correr. El lienzo sangra, el reloj sangra. Pintura, pintura. Hermosos colores que todos al mismo tiempo se pudren, pudren, y salen del lienzo.

Ahogan la sala.

Ahogan mi casa.

Los ahogan a todos.

Me ahogan.

Cuando juegas con plastilina, si unes varios colores, siempre queda el gris. Muerto gris. La verdad es que, incluso si no intentas unirlos, al jugar con varios colores, siempre queda el gris, y nunca se puede volver a los colores que lo originaron.

Así, mi casa nunca fue la misma.

Carlos J. Díaz
*Kaze

jueves, febrero 12, 2009

Cartas desde la tormenta.


"Cortázar, tal día como hoy, murió" escribí como respuesta a los comentarios en mi estado de facebook, el cual enunciaba que yo, hoy, pensaba en Julio.

"En París, un jueves, con aguacero" agregó María Alexandra Semprun, mujer a la que le tengo alta estima y respeto.

Y en medio de ese aguacero, que me recordó al texto en donde Julio nos sumerge en el mundo de las gotas, me dispuse a buscar una vieja carta que le escribí a él, tal día como hoy también.

Aquí transcribo la carta:


Carta a Cortazar.

No quería escribirle a usted. De verdad tuve un miedo enorme al tratar de escribir esta carta. Sucede que la escribí horas después de haberme sentado frente al computador (Sí, ahora escribimos en computadores. Las máquinas de escribir están casi extintas). Horas, pues había estado vacilando, oscilando entre tantos escritores a los que les debo unas palabras, huyendo de usted. Huía de usted señor Cortazar pues sucede que tiene lectores mucho más entregados que yo, más apasionados. Que tienen todos su libros en la cabecera de su cama, que compran sus fotos (He visto altares...), que si tuviera usted un termo con su nombre lo comprarían sin duda. Que trabajan mucho (no como yo, yo duermo) y que afortunadamente, gracias a todas esas prácticas y otros desarrollos de la técnica, escriben mucho mejor que yo. Pues estos hacen citas, y las numeran, y saben las editoriales de los libros, y los números de los libros, y los números.

Verá, esperaba escribirle a otro escritor pues, seguramente, alguno de esos tantos lectores suyos, escribiría una carta más apropiada. Pero no tuve remedio. A pesar de que hay otros lectores que anotan grandes comentarios eruditos en las fichas que engordan sus libros, metidas entre las páginas, yo soy el único que conozco capaz de hacer esto. Y me preocupa. Mucho.

Soy el único capaz de vomitar un papel escrito. No es nada del otro mundo, lo sé. Sólo que de vez en cuando se me ocurre vomitar un papel escrito. No sucede tan a menudo, y no dan tantos problemas como los conejos. Estos papeles, el único problema que dan es que urgen ser leídos, y la mayoría de las veces se mueren después del acto. Mueren y dejan a uno con esas ilusiones que uno les había construido para que jugaran, teniendo uno un montón de escombros que limpiar, luego.


El vomitarlos es un proceso sencillo. Comienzan en la panza como un escozor, generalmente después de haberme tragado alguna conversación, alguna idea, algún libro, algún suceso o otras cosas que trago yo (Acompañados con café producen un papel mejor ¿Como haría aquel para sacar conejitos negros? Eso se lo preguntaré a Baudelaire). Luego, desde la panza, generan un temblor general en mi cuerpo, como si en mis venas corriera las letras del papel a escribirse. A veces creo que se escribe en mis venas, o quizá en mi pecho, o se escribe en mis venas y pasa por mi pecho, no sé (la mayoría del tiempo no tengo ojos que miran para adentro). Luego de escrito se atora en mi garganta, y es entonces donde se pone difícil. Tengo que introducir mis dedos por la boca y tomar la esquinita de papel que se asome en mi garganta. No, no puedo toserlos pues se corre la tinta al caer. Tengo que sacarlo con mucho cuidado, pues si lo halo demasiado rápido se desmorona entre mis dientes, si lo hago demasiado lento se diluye en mi lengua. La mayoría de ellos se tranca en mis dientes, pero los que se salvan los guardo en un armario, el de mi computador.


No conozco a nadie más, o no a muchos, que hagan esto mismo. No he podido encontrar a nadie con quien conversar para que me ayude con este proceso. La mayoría de las personas que pasean a sus papeles escritos me cuentan que los hacen con mucho cuidado en un taller con números, nunca vomitados.
Y es por eso que no quería escribirle a usted. Porque los escritos de taller se ven más bonitos. Pero no tuve remedio... el último papelito que vomité lo lee usted en este momento.

Y ellos son los que verdaderamente dicen la última palabra, y la primera, y las que van entre ellas.


No quiero que me ayude, ni quiero que sepa que lo estimo, ni quiero que me confiese que usted también los vomitó en su tiempo, sólo quería decirle que me gusta (de verdad lo disfruto mucho), de vez en cuando, vomitar un papelito.


P.D. Así que lo seguiré haciendo.

Carlos J Díaz

Hoy sé que no soy el único que los vomita. Que hasta hay quienes los vomitan floreados.

Espero que, siendo el día que es hoy, algo de Julio en el aire me agarre esta carta al aire y se la lleve a él, donde esté.

Un traguito por vos, Cortázar.



domingo, febrero 01, 2009

Seria conversación sobre el miedo.

El señor Lale, también conocido como Luis Alejandro Rodríguez, se interesó sobre mis pequeñas líneas sobre el miedo, tratadas en la entrada anterior de este blog. Aquí transcribo lo que, por vía Windows Messenger, se dijo:


Inicio de sesión: Martes, 27 de Enero de 2009
• Carlos J. Duilf >www.vozdelviento.blogspot.com< (dreamscaster@hotmail.com) • A Vellocet---- Metafísicamente Monárquico-- Sweetest infection of body and mind (8) (luisale555@hotmail.com)
(02:57 p.m.) A Vellocet---- M: El miedo me invitó a su casa.....me ofreció mandocas con guarapito
(02:58 p.m.) Carlos J. Duilf: tómelas, esas mandocas están rellenas con crema pastelera (02:58 p.m.) A Vellocet---- M: Lo haré!! ese señor miedo es muy amable
(02:58 p.m.) Carlos J. Duilf ha cambiado su mensaje personal a ""El señor miedo es muy amable" A.V."
(02:58 p.m.) A Vellocet---- M: jajajaj que bueno, ese señor debe tener una receta de familia
(03:00 p.m.) Carlos J. Duilf: xD
¿Cuál será la familia del miedo?
(03:02 p.m.) A Vellocet---- M: la abuela miedo... y los pequeños pavor y temor
(03:02 p.m.) Carlos J. Duilf: claro
y el tío pánico
ese es el tío excéntrico
(03:02 p.m.) A Vellocet---- M: tío pánico tiene algo de problemas de bebida
(03:02 p.m.) A Vellocet---- M: va a alcohólicos anónimos
pero el señor miedo no quiere que eso sea público
(03:03 p.m.) A Vellocet---- M: el tío pánico tiene miedo a que se enteren.......creo que debería invitar a comer galletas al señor miedo
(03:04 p.m.) Carlos J. Duilf: por supuesto
ellos siempre tienen miedo
están gordos, de comer galletas
(03:04 p.m.) A Vellocet---- M: la familia miedo no conoce tal sensación como miedo.... sino algo parecido
ellos conocen una sensación llamada Chuck Norris
el señor miedo siente a veces Chuck Norris
(03:05 p.m.) A Vellocet---- M: es por eso... que Chuck Norris es inquilino en esa casa
(03:05 p.m.) Carlos J. Duilf: ¿Dice usted que Chuck Norris vive con miedo?
(03:06 p.m.) A Vellocet---- M: sip, es como una especie de pensionado
(03:06 p.m.) A Vellocet---- M: Marilyn era a la familia monster......lo que Chuck Norris es a la familia miedo
(03:06 p.m.) Carlos J. Duilf: es por eso que Chuck Norris mete a miedo en todos lados.
(03:06 p.m.) A Vellocet---- M: claro....contrabandea con el miedo
(03:07 p.m.) Carlos J. Duilf: Y el miedo, si no sientes suficiente miedo, te amenaza con Chuck Norris
(03:08 p.m.) A Vellocet---- M: ya tengo varios bocetos de homini artifex, el primer capítulo
(03:08 p.m.) A Vellocet---- M: cuando haga otros más, escaneo y se los muestro
(03:08 p.m.) Carlos J. Duilf: Y comemos Profiteroles Mágicos
invitemos a miedo, a Chuck y a sus bocetos.

FIN.


Con esto dicho, no creo que haya más que decir sobre el miedo.