lunes, junio 22, 2009

Por estos soles (4)




Por estos soles no hay demasiadas ranas, a diferencia de los soles de Japón, que parecen llorar renacuajos de cuando en cuando. Claro, no será raro encontrarlas si das una caminata por las riberas del lago; aquellas que, nutridas de follaje anfibio, ofrecen refugio a los cantantes de los estanques.

Ahora, lo que es la ciudad está desprovista de ranas y sapos: el sol, o los chinos de la ciudad, no las dejarían vivas por mucho tiempo. Con esta condición poco anfibia resulta extraño escuchar a Aníbal Rodríguez, por mucho uno de los mejores cuenteros de la ciudad, si no el mejor; cuando relata la historia, quizá conocida ya por muchos, del sapo y la princesa.

No, no es éste el típico cuento de la rana que es besada por la princesa y mágicamente se convierte en príncipe, no; pero hace alusión. Y cabe que destacar que aquí lo adapto, pobremente, al formato escrito: en realidad este cuento es para contarse en vivo.

Cuenta la historia que una bella princesa se sentía inconforme con los príncipes que le declaraban amor. Todos ellos tenían bonitas intenciones; pero ella no quería bonitas intenciones, quería príncipes bonitos. En medio del dilema de tener que rechazar príncipes por no encontrar uno que cumpliera con sus estándares, recordó la historia de aquella rana que, siendo besada, se transformó en un hermoso príncipe con quien pudo construir su feliz para siempre. Así, la princesa, con la idea de encontrar una rana mágica, partió a las orillas más verdes del lago, en donde encontró, sin mucho buscar, un sapo.

"Sapo" le dijo la princesa "Sapito, mirá, ¿Vos sois de los que si yo te beso te transformáis en príncipe?"

El sapo, que no era bobo, le respondió "Sí, claro que sí, ¿No me veis?"

"Bueno sapito, te voy a dar un beso, pero te transformáis" Y la princesa, ante el asco que le producía el sapo: chiquito, verde, y feo; le lanzó un beso en el aire, sin mucho afán, pero al ver que no se transformaba le refutó "¿Qué pasa pues, sapito?"

"No, es que me besaste así en el aire fu fu, no, así no hay magia, así no hay transformación. Tenéis que besarme de verdad"

" 'ta bien sapito. Te voy a besar. Pero te transformáis" Y la princesa, esta vez, lo besa, no sin arrugar el rostro producto del asco.

Pero el sapito no se transformó.


"¿'tonces sapito? ¿Qué pasó?" Reprochó la princesa.


"No, mujer. Me besaste feo, sin ganas, sin cariño. Como si yo fuera una cosa chiquita, verde y fea..." dijo el sapo, luego reflexionó y continuó "bueno, sí, soy chiquito, verde y feo. Pero tenéis que besarme con cariño, con amor, porque sin amor no hay magia. Sin amor no hay transformación" Sentenció el sapo.

Con tal sentencia la princesa se dispuso a imaginar que besaría cualquier otra cosa, cualquier hermoso actor de cine, y lo besó: con pasión, amor y lujuria.


Pero el sapo no se transformó.


Se transformó la princesa, codiciosa, en una mosca que el sapo, hambriento, de un lenguetazo, comió.




Aníbal Rodríguez, hace no mucho, sufrió de un ACV; aún anda en la dirección de cultura de la Universidad del Zulia, y sus cuentos todavía hacen eco en nosotros, los que aprendimos de él.

Este cuento lo pueden escuchar en la BPZ, usualmente, a eso de las 10 de la mañana. Es uno de los cuentos que más disfruto narrar.

Nota: la imágen es un still de la película La Princesa y el Sapo, útima adaptación de Disney del cuento ya citado. El trailer aquí.

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