domingo, junio 14, 2009

El hombre y la piedra I

El hombre se sentó junto a la piedra y le preguntó su nombre. La piedra, naturalmente, no respondió.

- Yo sé, yo sé – le dijo el hombre – te llamas piedra. Pero te llamas piedra sólo porque nosotros te llamamos piedra. No te puedes llamar piedra en español, rock en inglés, pierre en francés y quién sabe qué otros miles de nombres en otras miles de lenguas. No, ese es el nombre que te pusimos nosotros – le explicaba el hombre agitando las manos – pero no puede ser el nombre verdadero.
- … - La piedra permanecía inmutable.
- Está bien, está bien. Si no quieres responder no respondas – le dijo el hombre – mi nombre es Juan. Juan Augusto. Mucho gusto, jeje. Sí, porque hace rima, Augusto, gusto… en fin – explicaba mientras miraba a la piedra -, verá, es complicado hablar con usted si no sé su nombre. Yo sé que tiene usted una costumbre, una tradición más bien, por no hablar con nosotros los que, bueno, nos movemos. ¿No podría hacer una excepción –insistía el hombre – y decirme su nombre?
- …- Y la piedra permanecía ahí.
- Está bien, piedra, rock, pierre o quién sabe qué nombre. Me quedaré por aquí como usted, si no le molesta. Pero desde ahora olvide que me llamo Juan. Me quedaré aquí, con usted, como usted, pues, sin nombre.
- …- Seguía la piedra.
- …- respiró el hombre.

1 comentario:

  1. Y cuando Juan Augusto despertó de su letargo la piedra seguía ahí.

    Y cuando Juan Augusto dejó de existir, la piedra habló.

    Un abrazo granítico.

    ResponderEliminar