jueves, marzo 10, 2011

5 céntimos por un deseo.




Las monedas de 5 céntimos en Venezuela no se usan para ningún fin comercial. Tendrías que reunir muchas de ellas para que tuvieran algún valor mínimo, apenas suficiente para una chupeta de mal sabor. Por eso nadie las usa: nadie las recibe, ni los limosneros que te las lanzarán a las ventanas del carro si se las llegaras a dar. Los únicos imbéciles que las dan, a los máximos imbéciles que las recibimos, son los operadores de estacionamientos que, por tener una tarifa tan fija y regulada, no les queda de otra que usarlas para completar los vueltos (cambios).

Pero hoy, día distinto por no ser ayer ni mañana, @anaranta y yo fuimos a dar al centro comercial Sambil, en donde cobra estacionamiento el mismo operador que efectivamente nos dio 5 moneditas de 5 céntimos. Las tomé, a pesar de que ya parece ser costumbre dejarlas tiradas en el cenicero más cercano (al pasar vi un montón), y anduve con ellas en la mano, contándolas una y otra vez, como aquél personaje de Murakami, burlándome de mí mismo.

Pensé en tirarlas, en arrojarlas con fuerza contra los pilares para ver qué sonido metálico producían, qué nota o qué tono, pero entonces vi la fuente. Le di tres monedas a @anaranta y dos me las quedé yo. Le tomé la mano, miramos la fuente, y sin decirnos nada, rezamos cada moneda con un deseo. Primero yo, pluc, pluc. Luego ella, ojitos cerrados, pluc, pluc, y pluc. Aplaudo, como si fuese un santuario shinto, no vaya a ser que los japoneses, de nuevo, tengan razón; y nos vamos.

Le pregunto qué deseó. Automáticamente me responde -no te puedo decir -, por aquella vieja costumbre de que deseo dicho es deseo que no se cumple. La convencí de que no tenía que ver, que esos espíritus de la fuente no eran tan quisquillosos si se dejaban montar un Sambil alrededor. Me contó que pidió por los dos primeros deseos felicidad para sus sobrinos, y un tercero que no les contaré. Le conté, no sé por qué, que esos espíritus, atraídos por el agua, no podían asegurar algo tan grande como la felicidad entera de un ser vivo. Que era mejor pedirles algo concreto. Yo lo hice. Pedí dos cosas que podía tocar, y que se las podía dar a ella.

Habrá que esperar a ver si los espíritus son tan amables y aprecian los 5 céntimos que, en valor comercial, no valen nada, pero medido en gesto, ojitos cerrados, pluc, vale por un deseo.


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