martes, junio 12, 2012

Sábado por la tarde


El sábado por la tarde murió una gata. No puedo decir que era mi gata porque, además de que los animales no entienden muy bien esto de la pertenencia (y menos los gatos), nunca profesó mucho cariño a mi persona.
Murió por envenenamiento, creo. La encontré al final de la mañana respirando pesadamente y quejándose de dolores. La tomé (primera vez en mi vida que la podía tocar) y la revisé. No había sangre, ni herida notable. Ella simplemente se quejaba, respiraba con dificultad. Aspiraba con pesadez y exhalaba en un quejido, como si el aire estuviera hecho de plastilina.
La dejé tranquila y almorcé. Pensé en si habría algo que pudiese hacer: no tengo dinero para un veterinario, y aunque conozca veterinarios que podrían verla de a gratis ¿cómo se envenenó en un principio?

Eso es algo que no quiero pensar, ni elaborar aquí, pero me llevó a la conclusión de que este camino que estaba tomando la gata, en su instinto más puro y animal, era el propio para ella.

Pensé luego si debía ayudarla con una eutanasia. ¿Pero qué si no muere? ¿Qué si el que la termina de matar soy yo creyendo que soy más inteligente que la naturaleza en mi costumbre tan humana? No lo hice.

La cargué de nuevo, y la puse en una mesa, para que ninguno de los otros gatos o perros de la casa la molestaran. No sirvió de mucho. No gustándole estar en la altura - quizá por la enfermedad - saltó y se escondió debajo de la jaula de los pájaros. Ahí quedó quejándose igual.

La dejé tranquila, de nuevo, y me fui a terminar un juego de horror que había comenzado unas semanas atrás.

Volví a las dos horas, creo. La gata estaba acostada de lado. Revisé, no estaba muerta, al menos no en ese segundo. Me miraba, con los ojos fijos, su respiración ya casi no se percibía, ya no se quejaba. Me dijo algo, pero no entiendo ese lenguaje (porque se me olvidó practicarlo) y se escapó por sus ojos.

Dejó de respirar quizá dos o tres segundos después de acercarme. Dos segundos que fueron infinitos en esos ojos abiertos. Abiertísimos.

Cavé una tumba en mi patio. El pedazo de tierra suave donde lo cavé fue tumba de muchos animales, mascotas anteriores, ya olvidadas. Los huesos rotos de viejos animales aparecieron blanquísimos en la arena. Abrí espacio, guardé al nuevo cadaver, y tapé.

Todo está bien, pensé. No sé porqué sentí que eso quería decir todo esto.

No tiene le más mínimo sentido, pero de todas formas sigue siendo cierto:

Una gata murió este sábado.

Nunca nadie le tomó una foto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario