jueves, febrero 19, 2009

Gris


Fotografía: Alanclimb

Bosque que crece en el agua.
Agua serena,
agua calma.

Cuando despierto no hay reloj, ni nada que indique la hora. La luz que entra por mi ventana me dice que es de mañana, seguramente cerca del medio día. Digamos, las 10 con 57 minutos. Veo el celular, son las 10 con 54.

Entonces me levanto y rompo el espejo. Un solo golpe seco y los vidrios, ahora estrellas, hacen un concierto irregular.

Vivo sola, así que no me preocupa lo que puedan pensar los demás. De todas formas, están fuera de la casa, y nadie puede verdaderamente entrar en mi casa.

Alguna vez quise que entraran en mi casa. Abría la puerta de par en par como el corazón de una virgen de 15 años, pero las dejé de abrir a la séptima vez que me robaron todo lo que había en la casa. Supe que las cosas estaban mal – realmente mal- una vez que me había acostumbrado a la idea de reequipar mi casa, una y otra vez. Hasta se me hacía atractiva la idea de ir de compras, este mueble marrón, esta cortina roja; esta alfombra seguro se sentirá bien bajo mis pies. Sí, cerca de la quinta o la sexta restauración, más o menos, empecé a cerrar la puerta.

Ya terminé de vestirme. Frente a mí se levanta un lienzo vacío. Siempre ha estado ahí, es el lienzo de mi cuarto.

Me siento a contemplar el lienzo, recuerdo al muchacho. Hace dos años conocí a un muchacho. Era mitad hombre, mitad imaginación mía. Con el tiempo se volvió mitad hombre, mitad repetición de lo que ya yo había vivido. Cuando me di cuenta de esto metí mis manos en sus bolsillos y saqué un relojito plateado que lo hacía, a él, mitad algo. Desde entonces es sólo un hombre, y también se fue de mi casa.

Sonrío, esta vez fui yo la que robé.

Ya estoy manejando hacia la universidad. Cinturón bien puesto, reproductor sonando (a duras penas), el desastre usual de cosas que se quedan en mi auto, la camisa de un amigo, retrovisor. Por el retrovisor lo noto. El lienzo está en el asiento trasero de mi camionetita. Yo no lo puse ahí, nadie lo hizo. Miro mi mano sangrante, miro al lienzo. No, definitivamente no fui yo. Entonces ¿quién pudo haber sido?

A este punto no importa. Ya me estoy estacionando. Camino, los veo. Ellos me hacen, me construyen, me llenan. Es que siempre he estado sola, de alguna manera u otra. Pero ahora están ellos, los que me dan libre permiso de ser yo y hablar de cualquier cosa. Cualquier cosa.

Cualquier cosa.

Pero no entran en mi casa.

Después de un rato de gozar de interacción social, lo noto. Ahí está el lienzo. Parado frente a nosotros. Sin embargo, parezco ser la única que lo nota. Me levanté y me acerqué a la misteriosa tela, ahora montada en su caballete, pero ni así mis amigos pudieron ver el lienzo. Es más, parecía que mientras más me acercaba a él, también a mí me iban dejando de ver.

Me alejé del lienzo, y de mis amigos. Me monté en el carro y me fui a mi casa. Debo estar en mi casa.

Debo estar ahí.

Llego a mi casa, abro la puerta. Sobresalto: Mi casa está llena.

Todas las personas que alguna vez he conocido están ahí. Todas. Incluso él, y cuando lo veo, empieza a arder el reloj en mi bolsillo. Me está quemando. Y el lienzo, ahí, en el centro.

Entonces hice lo único posible, lo más inteligente, lo más racional. Intenté eliminar mis dos problemas. Lancé el reloj hacia el lienzo, con toda mi fuerza.

Pero el lienzo se lo tragó.

Ahora en su tela blanca aparecía la imagen de un reloj ardiente, todo descolorido, añejado, podrido. El tiempo empezaba a oler mal.

Me arrodillé, la imagen cobra vida.

El reloj empieza a tic tac y la pintura se empieza a correr. El lienzo sangra, el reloj sangra. Pintura, pintura. Hermosos colores que todos al mismo tiempo se pudren, pudren, y salen del lienzo.

Ahogan la sala.

Ahogan mi casa.

Los ahogan a todos.

Me ahogan.

Cuando juegas con plastilina, si unes varios colores, siempre queda el gris. Muerto gris. La verdad es que, incluso si no intentas unirlos, al jugar con varios colores, siempre queda el gris, y nunca se puede volver a los colores que lo originaron.

Así, mi casa nunca fue la misma.

Carlos J. Díaz
*Kaze

1 comentario:

  1. "Sonrío, esta vez fui yo la que robé."

    Me encanta la humanidad que llena tu ficción. Siempre me ha encantado.

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