jueves, febrero 12, 2009

Cartas desde la tormenta.


"Cortázar, tal día como hoy, murió" escribí como respuesta a los comentarios en mi estado de facebook, el cual enunciaba que yo, hoy, pensaba en Julio.

"En París, un jueves, con aguacero" agregó María Alexandra Semprun, mujer a la que le tengo alta estima y respeto.

Y en medio de ese aguacero, que me recordó al texto en donde Julio nos sumerge en el mundo de las gotas, me dispuse a buscar una vieja carta que le escribí a él, tal día como hoy también.

Aquí transcribo la carta:


Carta a Cortazar.

No quería escribirle a usted. De verdad tuve un miedo enorme al tratar de escribir esta carta. Sucede que la escribí horas después de haberme sentado frente al computador (Sí, ahora escribimos en computadores. Las máquinas de escribir están casi extintas). Horas, pues había estado vacilando, oscilando entre tantos escritores a los que les debo unas palabras, huyendo de usted. Huía de usted señor Cortazar pues sucede que tiene lectores mucho más entregados que yo, más apasionados. Que tienen todos su libros en la cabecera de su cama, que compran sus fotos (He visto altares...), que si tuviera usted un termo con su nombre lo comprarían sin duda. Que trabajan mucho (no como yo, yo duermo) y que afortunadamente, gracias a todas esas prácticas y otros desarrollos de la técnica, escriben mucho mejor que yo. Pues estos hacen citas, y las numeran, y saben las editoriales de los libros, y los números de los libros, y los números.

Verá, esperaba escribirle a otro escritor pues, seguramente, alguno de esos tantos lectores suyos, escribiría una carta más apropiada. Pero no tuve remedio. A pesar de que hay otros lectores que anotan grandes comentarios eruditos en las fichas que engordan sus libros, metidas entre las páginas, yo soy el único que conozco capaz de hacer esto. Y me preocupa. Mucho.

Soy el único capaz de vomitar un papel escrito. No es nada del otro mundo, lo sé. Sólo que de vez en cuando se me ocurre vomitar un papel escrito. No sucede tan a menudo, y no dan tantos problemas como los conejos. Estos papeles, el único problema que dan es que urgen ser leídos, y la mayoría de las veces se mueren después del acto. Mueren y dejan a uno con esas ilusiones que uno les había construido para que jugaran, teniendo uno un montón de escombros que limpiar, luego.


El vomitarlos es un proceso sencillo. Comienzan en la panza como un escozor, generalmente después de haberme tragado alguna conversación, alguna idea, algún libro, algún suceso o otras cosas que trago yo (Acompañados con café producen un papel mejor ¿Como haría aquel para sacar conejitos negros? Eso se lo preguntaré a Baudelaire). Luego, desde la panza, generan un temblor general en mi cuerpo, como si en mis venas corriera las letras del papel a escribirse. A veces creo que se escribe en mis venas, o quizá en mi pecho, o se escribe en mis venas y pasa por mi pecho, no sé (la mayoría del tiempo no tengo ojos que miran para adentro). Luego de escrito se atora en mi garganta, y es entonces donde se pone difícil. Tengo que introducir mis dedos por la boca y tomar la esquinita de papel que se asome en mi garganta. No, no puedo toserlos pues se corre la tinta al caer. Tengo que sacarlo con mucho cuidado, pues si lo halo demasiado rápido se desmorona entre mis dientes, si lo hago demasiado lento se diluye en mi lengua. La mayoría de ellos se tranca en mis dientes, pero los que se salvan los guardo en un armario, el de mi computador.


No conozco a nadie más, o no a muchos, que hagan esto mismo. No he podido encontrar a nadie con quien conversar para que me ayude con este proceso. La mayoría de las personas que pasean a sus papeles escritos me cuentan que los hacen con mucho cuidado en un taller con números, nunca vomitados.
Y es por eso que no quería escribirle a usted. Porque los escritos de taller se ven más bonitos. Pero no tuve remedio... el último papelito que vomité lo lee usted en este momento.

Y ellos son los que verdaderamente dicen la última palabra, y la primera, y las que van entre ellas.


No quiero que me ayude, ni quiero que sepa que lo estimo, ni quiero que me confiese que usted también los vomitó en su tiempo, sólo quería decirle que me gusta (de verdad lo disfruto mucho), de vez en cuando, vomitar un papelito.


P.D. Así que lo seguiré haciendo.

Carlos J Díaz

Hoy sé que no soy el único que los vomita. Que hasta hay quienes los vomitan floreados.

Espero que, siendo el día que es hoy, algo de Julio en el aire me agarre esta carta al aire y se la lleve a él, donde esté.

Un traguito por vos, Cortázar.



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