Por estos soles se celebrará el “tradicional” encendido de luces de la
Feria Internacional de la Chinita. Se trata de un conglomerado de adornos a cada faro, cable, arbolito, arbusto, ventana, cerca, estatua, fuente o simple perro callejero con muy mala suerte; en los que abunda una exagerada cantidad de luces amarillas o amarillentas. Por ahí un tipejo creyó recitar un poema al decir que Maracaibo era la ciudad cuyo “noviembre era soleado hasta en las noches”. No es que la idea de tener más horas de sol alegre a un Maracucho, pero más o menos ilustra la idea.
El encendido de luces se lleva a cabo en el marco de la Feria de la Chinita, feria de la que ya he hablado en este blog, y de la que seguramente haré otra entrada apenas pase por las fechas clave. Sirve de excusa para todo marabino de salir a emborracharse arropado por un ambiente familiar: bullicio sudoroso y eructado, música estridente en cada esquina que no se pone de acuerdo, turba violenta pero sólo consigo misma, perrilla en cada parada, los mismos juguetes, los mismos vendedores ambulantes, los mismos colores que no haría combinar ni Cupido. Kitsch.
Sin embargo, el encendido tiene un origen más bien adorable. Sucedía en aquella Maracaibo de hace unos 10 o 15 años que cada casa de la llamada clase media se llenaba de luces en navidad. Se podía contemplar belleza luminosa, casas cuyos contornos eran adornados por luces. Aún puede verse esta tradición en alguna que otra ventana de apartamento. Lo cierto es que con el tiempo, más ladrones en la ciudad, menos luces que duraban hasta la fecha clave de navidad, menos posibilidades económicas que llevaban a escoger entre tener pesebre o arbolito o luces; fueron empujando las luces a sus periferias: o había luces dentro de la casa donde no se las pudieran robar, o que las tuviera otro que las pudiera costear. Ese otro fue el estado, cuando en uno de estos años del nuevo milenio se inventó un cuento de ser una ciudad “modernísima” y adornó la calle de Bella Vista tal como se hacía en las casas en aquellos años, y como en Maracaibo la navidad comienza en finales de octubre y se va en mayo, se encendían a mediados o principios de noviembre. Aunque no lo sepan los creadores de tal tradición, todo esto viene a cuento con la idea de, en los meses más oscuros, traer más luz. Aquellas culturas que celebran el
Yule o solsticio de invierno saben más de esto. Adorable, en verdad.
Lo que no es adorable es que piensen celebrar el encendido también este año, en el que una
crisis energética azota diversos sectores de la nación. No es raro, sin embargo, que al maracucho no le importe nada de esto. Tristemente, por estos soles, tenemos una tradición de conciencia anti-verde. No conservamos nada, no reciclamos nada, no cuidamos nada; a menos que nos obliguen. Basta con ver que también es tradicional el ver a la anciana maracucha lavar la acera a pleno chorro, salir de casa dejando aire y luz encendidos, el televisor encendido en la sala cuando absolutamente nadie le está prestando atención, el muchacho que se arregla el cabello dejando el chorro de agua agonizar en el lavamanos, ir manejando y botar por la ventana el vaso o envase que contenía la basura que se acababa de comer; en fin, podría enumerar hasta que se repita la prehistoria, aunque solo baste decir, para concretar el punto, que sigue siendo tradicional la matanza de toros en la feria de la chinita. Resulta la máxima ironía que, en una Feria para un santo, se asesine sin razón alguna. ¿No era que en la religión católica ya no se practicaban los sacrificios?

Esto no es una cuestión política, puesto que el planeta no toma partido en ningún bando político. Puede ser muy cierto que el problema energético sea ocasionado por mala gestión gubernamental, pero no prestarle atención y, lo que es peor, agravarlo, es como aquél que para aliviar una enfermedad del hígado va al bar a beber un traguito –ustedes saben, sirve para el dolor-.
Tampoco es una cuestión de romper tradiciones: no se trata de eliminar por completo algo que nos identifica como pueblo, es permitir que la evolución humana llegue a nosotros. Una propuesta la hace el equipo de
Animanaturalis:
Una Llama Anti-Taurina, que consta de un encendido colectivo de
velas en una noche específica, para formar un espectáculo de luces naturales y vivas, y así intercambiar una tradición destructiva por una posiblemente constructiva. Es “
cambiar las espadas por rosas”, como diría aquel grupo español Mago de Oz.
Y en cuanto a las luces, ya nos toca a nosotros, como pueblo, pensar en qué se puede hacer para mejorar esta tradición, para ver si nos queda planeta en donde seguir siendo maracuchos, en donde siga habiendo soles de los que hablar, para que Perdroso el Oso, la mascota de
Cerveza Polar, no se convierta en nuestro destino.