lunes, agosto 24, 2009

El hombre y la piedra V

El hombre, la piedra y la rana



Ya llevaba rato el hombre sentado, pacíficamente, junto a la piedra, cuando una rana llegó dando brincos desordenados y se sentó junto a ellos. A la piedra parecía no importarle, pero el hombre estaba bastante incomodado por la presencia de la rana. A pesar de esto, el hombre no dijo nada; se quedó esperando a que pasara el mundo.

Entonces la rana croó, el hombre la miró, y la piedra siguió ahí. El hombre se paró, la rana se fue dando sus mismos brincos, y la piedra no hizo nada.

- ¿Y usted se va a quedar así? ¿Tan tranquila? ¿Después de lo que dijo esa, esa, esa rana? – Inquirió, furioso, el hombre - ¿Va a dejar que se vaya habiendo dicho tales sandeces sobre usted?

La piedra no dijo nada. Estaba blanca, con polvito, gramita, y grietas que la paciencia seguramente había hecho en ella con el paso de los siglos.

- No puedo soportarlo. ¡No soporto la injusticia! Esa rana envidiosa ¡verde de envidia! Por eso dice lo que dice; – espetaba el hombre moviendo mucho las manos - por eso croa como, pues, sí, como rana. Como una rana verde de envidia. Prefiero las amarillas, o las venenosas, esas al menos van directo al grano, sueltan su veneno y ya. No andan croando y saltando por ahí.

Al decir esto el hombre se vuelve hacia la piedra, la observa, la toma alzándola hasta la altura de su cara y le pregunta de nuevo:

- ¿Pero es que en serio no hará nada después de tales insultos, señora piedra?

Pero la piedra no dijo nada, y justo cuando el hombre estaba a punto de devolver a la piedra a su lugar, se dio cuenta de que, debajo de la piedra, descansaban los huesos de algún animalito, quizá un anfibio, pájaro, anfibio que se convirtió en pájaro o viceversa. Entonces el hombre dejó a la piedra en el suelo, al lado del cadáver.

- Ya entendí, señora piedra –dijo el hombre con una sonrisa - ¿Por qué se preocuparía usted? Hagan los que hagan las ranas, los animales, los hombres; será siempre usted la que termine sobre nosotros.

Finalmente el hombre escribió en la panza de un pingüino: “Al saltar, será que la rana cree que el mundo se aparta de ella, pero es ella quien, en cada brinco, se aparta del mundo.” Con lo que el pingüino llevó tal importante pensamiento al excelentísimo círculo de pensadores del polo sur.

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