jueves, julio 02, 2009

El hombre y la piedra IV

El hombre había descubierto que la piedra estaba justo en el medio de una línea fronteriza. Preocupado por los problemas burocráticos, pragmáticos y políticos que esto podría traer a la piedra fue a tratar de convencerla de que se moviera.

- Señora piedra, preocupado por usted vengo a tratar de convencerla de que se mueva, porque el lugar donde está puede suponer para usted terribles vicisitudes pragmáticas, políticas y burocráticas; y a usted nunca le ha ido muy bien con el papel. Así que, para su bienestar, le recomiendo que se mueva, un poquito más allá, o un poquito más acá; a donde usted quiera, pero que se mueva.

La piedra, evidentemente, no se movió.

- Me lo suponía, señora piedra, -dijo el hombre- que usted sería como mi abuela, que nunca quiso moverse de su casa a pesar de la millonada que le daban por ella. Imagínese usted, no quererse mudar por el simple hecho de mantener recuerdos. Las paredes están muertas, son de piedra, ¿no?- inquirió el hombre a la piedra, con vergüenza, por lo que acababa de decir. Entonces trató de remendar. – Lo que pasa, señora piedra, es que una vez puestas en la pared, ustedes como que se mueren. En cambio, puestas ahí, donde está usted, está como más viva. Más en lo suyo, pues. En su ambiente. El problema es que ese ambiente es controversial, y podrían terminar moviéndola, a otro lugar, a una pared, por ejemplo. ¿Ve señora piedra? Tiene que moverse.

Pero la piedra seguía sin moverse.

- Ni modo. Tendré que resolver yo, como siempre.

Entonces el hombre se levantó, buscó en su casa un par de latas de pintura, fue donde la piedra y pintó la mitad que estaba en su nación del color de la nación; luego pasó la línea, dejó unas monedas en el suelo a modo de peaje, y pintó la otra mitad de la piedra con los colores de la nación vecina. Cuando hubo terminado volvió a cruzar la línea, no sin pagar peaje, y se sentó junto a la mitad de la piedra de su nación.

- Creo que la llamaré Berlín.
- …- Refutó la piedra.

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