jueves, julio 17, 2008

Capítulo perdido.



En alguno de mis viajes me encontré con una pequeñísima isla. Muy linda ella, con tres molinos rodeando un faro. En realidad era algo desproporcionada, pues estas altas y rechonchas edificaciones podrían acabar hundiendo la isla en cualquier momento, en relación al espacio que ocupaban. Parecía que la isla hubiese sido ideada para darle suelo a esos molinos y faro.


Al desembarcar no me encontré ni con pescadores ni con viajeros, ni siquiera los perennes parroquianos perfumados de ron que se pasean siempre por alguna isla poblada. Lo que pasa es que esta isla, aparentemente, no estaba poblada. Salvo por un gato que, curiosamente, estaba muy bien cuidado -¿Por quién? no importa-; y también habitaba la isla un par de botellas, posiblemente de leche, estimablemente vaciadas por el gato, que contenían en su interior un par de rollos de papel. Al desenrollarlos pude notar que eran algún mensaje para un dios arcano, o un ser especial. ¿Habrá sido el dueño del gato?


Esto es lo que ponían aquellas cartas:


I
¿ Quién es él?

No sabes si viene o si vá... en realidad nunca sabes si está... pero cuando logras atraparlo, comienzas a descubrir un mundo de desordenes incalculables dentro de él, que se asemeja a una flor que no logró encontrar su verdadero color. ¿Quién es?, no lo sé, ¿A dónde va?, donde lo lleve su mar de palabras, ¿cómo lo reconoces?, Bien... sus vestiduras son como un río de imágenes, que se desbordan en medio de un torrente; su calzado: La paz que transmite con solo mirarte; Su yelmo: su lengua, con la cual te envuelve y te sumerge; su mejor arma: una pluma de colores, que siempre está en constante movimiento y no deja de sorprenderte, porque cuando toca el lienzo, puede crear la más bella obra de arte. Obra que... al verla...encuentras en ella, la más inimaginable hermosura, de un hombre que se desnuda para tocarte con cada palabra, y llevarte a ese lugar... ¡Sí! ese lugar que solo tú y el conocen, y que van descubriendo al abismarse en un precipicio de pasiones y puertas ocultas.

¡Sí! definitivamente ese, ese, es él...

II
(Fragmento ilegible, probablemente a quien va dirigida la misiva; dice algo como Traze, Faze, Taze o Yare)


Lo descubrí... Lo vi… Nadie más lo había notado; pero yo, me dispuse saber más de ¡él! El viento…. Ese que te acaricia en medio de la nada, ese que con tan solo rozarte te lleva a los lugares más recónditos de la tierra, y que te descubre en un segundo con tan solo envolverte en su mágica belleza. Te somete, sin querer; te contagia, sin hablar; te cautiva, sin mirar y llega a endulzar todo tu ser, como esa dulce miel que cayó del panal y no encontró lugar. Él mismo, creó una fisura en mi vida, entre el antes y el después, para llevarme a encontrar ese baúl escondido, en medio de mi ser, que me recuerda que soy de oro, y lo que hay en él. No hay palabras para describir tan majestuosa experiencia… la de volverte encontrar, después de haberte perdido, en un mundo sin sentido, caminando y distraída, de mi verdadero camino; para luego contemplar el imponente despegar de esa bella alevilla, que abrió sus alas, para seguir su destino y contagiar los corazones partidos, de millones en su recorrido.

Una vez más... Gracias por ser tú.

Tenía más ganas de un desayuno que de alzar una investigación acerca de la procedencia de estas cartas, y la verdad es que las gaviotas me decían insistentemente que tenía la razón en mis ganas. A veces la procedencia de las cosas no importa tanto como su función. Sin embargo, mientras, sentado en el bar, comía huevos revueltos con un café mal colado pero muy bueno y un gato observándome comer, mis cavilaciones se mantuvieron con la carta. ¿A quién va dirigida? ¿Aquella persona, la habrá leído? Y si así lo hizo, ¿A dónde fue? ¿Sería el único habitante de esta isla? ¿Será el dueño del gato? ¿Me podré quedar con el gato? ¿Habrá un poco de sal por aquí? ¿Qué le habrá respondido?


¿Qué le habría respondido?


Dios arcano o mundana persona, aparentemente lo que era seguro es que era el viento. Y si algo he visto en mis viajes es al viento jugando en espirales, llevando y trayendo cosas, empujando y halando vidas. Mas hace un buen tiempo que no consigo un tiempo que esté vivo, ustedes saben, realmente vivo. No ese viento de entre edificios y metrópolis, que lleva consigo un perfume de buitre y concreto, de sol y acera. No, sino el viento que canta una historia, un Fush entre los árboles, un Whishs entre las rocas, un Dwilf entre las nubes. Así, un sonido de viento vivo. Seguramente estas cartas estuvieron dirigidas al último viento vivo, o revivió el último viento muerto. Lo cierto es que me imagino una respuesta:

Quieres entrar a un mundo que no tiene llaves. Que no tiene puertas. Que no tienen orígenes ni finales. Quieres, pequeña, entrar a un mundo que no tiene sentido, que no tiene tu sentido, que atenta contra todo lo correcto en esos los engranajes en donde viven tú y tus congéneres. Quieres entrar, aunque eso te desnude de toda armadura, escudo, lanza y yelmo; y aún así, quieres entrar. Quizá pertenezcas a este mundo perdido. Quizá no. Quizá estuviste de viaje, en algún sueño de infancia, donde aún no existía una razón para pensar o defender algo, donde aún no existían creencia; y se te quedó algo. ¿Vienes a buscar ese algo? ¿Quieres encontrar ese algo y quieres que te abra la puerta? Oh amiga, si yo supiera abrir la puerta la abriría para ti. Pero es que Esfiria no tiene puertas, no tiene leyes, no tiene nariz que alzar para arriba: no tiene razones de ser. Y nada de esto está mal, querida, nada de esto está mal. Así es Esfiria, mi Esfiria, la de todos mis muertos.
Lo que sí es cierto, amiga, es que he querido moverme. Sí, amiga, he querido mover mis viejas alas, mi viejo telar. He querido ser de nuevo un pájaro negro, y mucho tiene que ver tu carta. De existir una puerta, le has roto un tablón. Le has hecho un agujerito. Y gracias a eso, he de moverme, de este mundo que no es ni el uno ni el otro; de este montículo de arena, de polvo de estrellas, que cubre lo que alguna vez fue la isla de los molinos; he de moverme de este cementerio, he de buscar la lucecita de la puerta rota. Y mientras me muevo, ahí te dejo las migajas.

Por alguna razón esta carta imaginada y supuesta llegó a mis manos transportada por un soplo de viento. Sí, un curioso y pobre soplo de viento vivo, que puso a cantar los molinos una vieja canción de caballero andante o de puerta abierta. Yo, sentado, junto a un gato, observando la melodiosa orilla de la playa, dejé volar la carta.


Carlos J. Díaz

Kaze

1 comentario:

  1. Piensa que eres un pajarito carpintero que le hace pic-pic-pic a la puerta, con el pico. Poco a poco, lento pero seguro.

    Puede que tome una vida, pero Esfiria espera. Y tengo la impresión de que cuando hayas dado suficientes picotadas, te vas a dar cuenta de que la puerta nunca estuvo ahí.

    ResponderEliminar