jueves, julio 24, 2008

Testimonio I

En el sur de la nueva Esfiria

No sé cómo fue que pasó en otras partes pero, una vez que se levantó la sábana de arena que nos arropaba, bailamos. No sabemos qué estábamos haciendo antes de que la arena se nos lanzara encima como animal bravo, se nos lanzara. Tampoco te podemos decir qué es lo que pasaba en el mundo desierto que fue todo esto antes, aunque probablemente no pasara nada. Pero sí te digo que era todo esto, desde esta mata vieja como las abuelas, hasta allá lejos donde está el mar. Ahí está el mar. Todo esto y el mar era arena, arena. Y nosotros no hacíamos nada, aunque no nos acordamos.

Ahí estaba la muerte, también, haciendo nada. Hasta que castañeó los dientes y bailó. Cuando la vimos bailar, nosotros también bailamos. Bien vestidos los unos, aquí así como estoy yo los otros. Y la muerte casi se lleva una nube por delante de un cuchillazo, pero ella sabe hacer las cosas. Baila bien, la muerte, que baila bien.
Estábamos todos, todos. Los que estamos ahora.
Empezamos a hacer lo que estamos haciendo, bailando. También seguiremos bailando, bajo la lluvia, y tocaremos música y comeremos y nos acostaremos en el barro, mojados, alegres, por el verde vivo de las hojas nuevas y porque el cielo bajó la intensidad de los colores. Por los nuevos colores, más tranquilos.
Por eso, y por todo pues, vamos a bailar otra vez. Sembraremos y bailaremos, comeremos y bailaremos, pelearemos y bailaremos, sonreiremos y bailaremos, ¡amaremos mucho mucho y bailaremos!, y hasta durmiendo bailaremos, pues. Porque no hay que perder el tiempo, o hay que recuperar el tiempo perdido ¿Y si vuelve a caer la Arena? No, no puede, mientras bailemos no puede. Así que baila, y bailemos. Mientras llueva, y siga lloviendo.
Saca la lengua, amigo, sonríe, que llueve mucho café.

Carlos J. Díaz
“Kaze”


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