jueves, julio 23, 2009

Lilit





Crees que amas a la primavera y crees que es a ella solamente,
pero te equivocas, como siempre.
Amas al invierno también.
Amas al invierno porque amas la primavera
y amas la primavera porque amas el invierno;
la primavera es un súcubo en el invierno:
lo absorbe todo
para parirlo todo
meses después.
Entre besos roba,
entre besos pare,
entre besos mata,
entre besos da vida.
Crees que amas a una
pero siempre una es dos.
Crees que amas a dos
pero siempre besas a una.
Crees que amas a la primavera y crees que es a ella solamente,
pero te amas en ellas a ti, siempre.

Carlos J. Díaz
*Kaze



Mientras trabajo en una traducción y otras cosas, para no dejar el blog en blanco.

martes, julio 14, 2009

Por estos soles (6)


100 gotas, 100 entradas, 100 más.

Tomo esta entrada de una vieja nota de facebook.


No sé si en otras ciudades del mundo esto suceda, sólo he vivido en Maracaibo. Pero lo cierto es que en esta tierra del sol y lago parece dormir un mundo escondido, secreto. Un mundo que resposa bajo las calles y los árboles y el incesante sol; un mundo que espera ser invocado y que, apenas siente la caricia de las gotas, despierta y se muestra en el espejo efímero que se forma en el asfalto.

Sí, cuando llueve, Maracaibo parece bajar la guardia y dejar que ese otro mundo salga. O así me pareciera al ver las calles tormarse espejos sinuosos que revelan un mundo colorido y oscuro, abstracto y suntuoso. A veces siento que ahí se esconde el silencio de esta ciudad, espantado por la estridencia de los rostros, los humores, los gritos, la nasalidad y las cornetas.

Pero sucede que llueve, y entonces el maracucho revive su miedo ancestral a derretirse en la lluvia, se esconde en su casa y se calla para que no lo encuentren; luego el silencio sale, abrazando al agua, y se derrama por las calles.

Curiosamente, justo cuando termino de escribir esta nota, empieza a sonar una gaita desconocida a lo lejos. Ha dejado de llover.

jueves, julio 02, 2009

El hombre y la piedra IV

El hombre había descubierto que la piedra estaba justo en el medio de una línea fronteriza. Preocupado por los problemas burocráticos, pragmáticos y políticos que esto podría traer a la piedra fue a tratar de convencerla de que se moviera.

- Señora piedra, preocupado por usted vengo a tratar de convencerla de que se mueva, porque el lugar donde está puede suponer para usted terribles vicisitudes pragmáticas, políticas y burocráticas; y a usted nunca le ha ido muy bien con el papel. Así que, para su bienestar, le recomiendo que se mueva, un poquito más allá, o un poquito más acá; a donde usted quiera, pero que se mueva.

La piedra, evidentemente, no se movió.

- Me lo suponía, señora piedra, -dijo el hombre- que usted sería como mi abuela, que nunca quiso moverse de su casa a pesar de la millonada que le daban por ella. Imagínese usted, no quererse mudar por el simple hecho de mantener recuerdos. Las paredes están muertas, son de piedra, ¿no?- inquirió el hombre a la piedra, con vergüenza, por lo que acababa de decir. Entonces trató de remendar. – Lo que pasa, señora piedra, es que una vez puestas en la pared, ustedes como que se mueren. En cambio, puestas ahí, donde está usted, está como más viva. Más en lo suyo, pues. En su ambiente. El problema es que ese ambiente es controversial, y podrían terminar moviéndola, a otro lugar, a una pared, por ejemplo. ¿Ve señora piedra? Tiene que moverse.

Pero la piedra seguía sin moverse.

- Ni modo. Tendré que resolver yo, como siempre.

Entonces el hombre se levantó, buscó en su casa un par de latas de pintura, fue donde la piedra y pintó la mitad que estaba en su nación del color de la nación; luego pasó la línea, dejó unas monedas en el suelo a modo de peaje, y pintó la otra mitad de la piedra con los colores de la nación vecina. Cuando hubo terminado volvió a cruzar la línea, no sin pagar peaje, y se sentó junto a la mitad de la piedra de su nación.

- Creo que la llamaré Berlín.
- …- Refutó la piedra.