jueves, junio 21, 2012

Seguridad



- Los secuestros se definen como el momento infortuito en que alguien, delincuente antisocial o sujeto descrito como problema indefinido para la sociedad te secuestra, y por lo tanto eres privado de la libertad sin consentimiento de permiso - explicaba el oficial. 

Mi atención estaba entre la espada y la pared, o entre el tedio y el celular, en ese infinito momento en el que se quiere decir algo en algún medio social pero no se encuentra el qué, el cómo, o el queso de la tostada; mientras el oficial seguía. 

- Por eso es importante aprender, entre otras astutas cosas, el procedimiento de defensa, que hay muchos, de varios colores, amarillos, y blancos. Blanco, por ejemplo, es cuando andas así - pone cara de bobo - bobo - saca la lengua y hace sonidos de bobo - sentado en tu casa. Señores, no podemos salir a la calle así. No, señores. Tenemos que estar en amarillo, que es cuando estamos pilas - empieza a chasquear con sus dedos, - pilas, pilas. Por ejemplo, ven, José. 

José se levanta y lo apunta con los dedos. 

- Atrácame, José.
- Quieto mamagüevo - dice José. 
- Así de lejos no pueden hacer nada, se tienen que acercar. Cualquier cosa, usen, para acercarse, y una vez cerca... 

Levanto la mirada, pero José ya estaba dominado, en el suelo, y con (imagino) un dolor en el brazo torcido. 

- Así de fácil. Y es más fácil si se tiene una pistola. Por ejemplo, - le susurra a José, audiblemente - ve que ahora yo te voy a atracar... 
- Ajá
- Esto es un atraco. 

El oficial mira fijamente a José, y José fijamente al oficial. Instante siguiente, José dice - no - y un estruendo pinta un abstracto de sesos en la ventana de la sala. Todos estamos en silencio. Yo guardo el celular, los demás lo sacan y empiezan a tomar fotos. Entre los clicks el oficial exclama: 

- ¿Cuántas veces no le dije yo a José? Que no es no, que no es sí, que no hay que decir nada. 
- Bueno, ya no se puede morir más - dice el otro compañero, desde el otro lado de la sala. 
- No. Bueno, no. Llamen a mantenimiento para que vengan a limpiar. 

El oficial se acerca al cadaver, mueve la cabeza con el pie y la despega del suelo. La sangre hace un sonido incómodo. 

- Tsk, esta vaina mancha.- Levanta la cabeza y pide a la audiencia: - Pongan la música. 


jueves, junio 14, 2012

Yo. I


Me llaman esto que dicen que soy la mayoría de las veces que me llaman cuando me llaman.

Aman, quizá, este fantasma que invoco de las memorias que todos han coleccionado de mí. De lo que les he dado.

¿Les he dado?

¿Hasta cuándo les di? ¿Cuánto les he dado?

Esto que soy, si es que soy, es una esfera que refleja toda luz y toda sombra. No ves en mí más de lo que quieres ver, porque la verdad es que no te puedo mostrar más nada.

Dentro está la nuez de toda vida. Encorvada, enrollada, pidiéndome liberación.

Pero no.

No puedo.

No sé cómo.

Tengo terror.

Tengo pánico.

No. No. No. No. No. No. No. No.

Sí.

Y no se rompe el hechizo. Porque incluso estas líneas se dibujan en la superficie de la esfera espejo.

Mírame al mirarte. Mírate al mirarme. Pero jamás podrás verme.

He ahí mi maldición, en la que ya se me acaba todo fuego.

¿Será que alguna vez no fue así?

La pluma, que cae, negra, sobre la noche. Esto era, un ribete una nube. Esto era, lo último que fui era.

¿Me extrañas?

¿Alguna vez me conociste?

Firme aquí, en el espejo, que soy, cuando me llamo en tu espejo que eras y soy que era y ya no.

Ya no.

No.

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martes, junio 12, 2012

Sábado por la tarde


El sábado por la tarde murió una gata. No puedo decir que era mi gata porque, además de que los animales no entienden muy bien esto de la pertenencia (y menos los gatos), nunca profesó mucho cariño a mi persona.
Murió por envenenamiento, creo. La encontré al final de la mañana respirando pesadamente y quejándose de dolores. La tomé (primera vez en mi vida que la podía tocar) y la revisé. No había sangre, ni herida notable. Ella simplemente se quejaba, respiraba con dificultad. Aspiraba con pesadez y exhalaba en un quejido, como si el aire estuviera hecho de plastilina.
La dejé tranquila y almorcé. Pensé en si habría algo que pudiese hacer: no tengo dinero para un veterinario, y aunque conozca veterinarios que podrían verla de a gratis ¿cómo se envenenó en un principio?

Eso es algo que no quiero pensar, ni elaborar aquí, pero me llevó a la conclusión de que este camino que estaba tomando la gata, en su instinto más puro y animal, era el propio para ella.

Pensé luego si debía ayudarla con una eutanasia. ¿Pero qué si no muere? ¿Qué si el que la termina de matar soy yo creyendo que soy más inteligente que la naturaleza en mi costumbre tan humana? No lo hice.

La cargué de nuevo, y la puse en una mesa, para que ninguno de los otros gatos o perros de la casa la molestaran. No sirvió de mucho. No gustándole estar en la altura - quizá por la enfermedad - saltó y se escondió debajo de la jaula de los pájaros. Ahí quedó quejándose igual.

La dejé tranquila, de nuevo, y me fui a terminar un juego de horror que había comenzado unas semanas atrás.

Volví a las dos horas, creo. La gata estaba acostada de lado. Revisé, no estaba muerta, al menos no en ese segundo. Me miraba, con los ojos fijos, su respiración ya casi no se percibía, ya no se quejaba. Me dijo algo, pero no entiendo ese lenguaje (porque se me olvidó practicarlo) y se escapó por sus ojos.

Dejó de respirar quizá dos o tres segundos después de acercarme. Dos segundos que fueron infinitos en esos ojos abiertos. Abiertísimos.

Cavé una tumba en mi patio. El pedazo de tierra suave donde lo cavé fue tumba de muchos animales, mascotas anteriores, ya olvidadas. Los huesos rotos de viejos animales aparecieron blanquísimos en la arena. Abrí espacio, guardé al nuevo cadaver, y tapé.

Todo está bien, pensé. No sé porqué sentí que eso quería decir todo esto.

No tiene le más mínimo sentido, pero de todas formas sigue siendo cierto:

Una gata murió este sábado.

Nunca nadie le tomó una foto.